Buenos Aires


Estoy a punto de irme a Buenos Aires, con la Pájara. Me siento emocionado, conturbado, quizá algo nervioso. No sé por qué. No tiene nada con viajar o volar, al revés, siempre me ha emocionado muchísimo los vuelos. Es fantasear conque de pronto a un elefante le salieran alas y empezara a volar. O un puente, quizá, cuya función fuera estar de comodín para unir distintas orillas y tuviera que remontar el vuelo cada vez que se acumularan los autos para permitirles pasar. Volar tiene algo de excepcional. Volar a un lugar que se ha ido acumulando en nuestros sueños, acodándose entre las lecturas de autores que se han hecho favoritos a fuerza de la escritura que nos construye como personas, mucho más, es de pronto reconocer que lo real maravilloso existe. ¿Importa si no? Es la tierra de amigos queridos: Horacio Potel, Ricardo Forster, Susana Bercovich, Ana Viganó, y ahora Angelina Uzín. Me emociona mucho. Tengo ya casi tres años de no salir de México, de un trabajar afanosamente, cerrando mi cabeza a sólo la filosofía, a un discurso, encontrando en ella mi propia salvación, la redención a tantas cosas. Al final creo que me he agotado. No sé si hice espacio para que algunas cosas íntimas quedaran guardadas en ese pedacito de mi ser que me he de llevar para siempre. Me emociona. Estoy muy feliz