Hace tiempo leí que el
sujeto es siervo del lenguaje, y en una cita que alguien hacía de un texto de
Lacan se escribía que "el lenguaje como estructura preexiste a la
entrada que hace en él cada sujeto". De una forma u otra, esto es
para todos nosotros un poner límites a eso tan queridamente preciado que es la
comunicación humana.
Creemos que comunicamos, esa es la razón de este siglo, y todo lo
refuta, no comunicamos un carajo.
Los lacanianos dicen que “hay un muro”, y ese es el lenguaje, por
ello la comunicación no es tal como pensamos sino que tiene sus límites,
porque el lenguaje es mostrenco y equívoco.
Nunca podemos comunicar todo lo que queremos, eso
es imposible. Siempre hay restos que incluso contradicen lo que hemos dicho,
siempre hay otra interpretación que dar a lo escrito y a lo escuchado, siempre
hay otro lado del propio lenguaje que nos abruma y por lo que pareciera que es
mejor el dicho de que "hechos son amores y no buenas razones".
Cuando hablo o escribo estoy sometido dos cuestiones básicas, qué
es lo que estoy diciendo y qué es lo que el interlocutor va a comprender de lo
que estoy diciendo. No sé su pasado, ni su formación cultural ni mucho menos su
estructura subjetiva por lo que es dudoso que entremos al terreno de la
comprensión. Donde yo digo blanco, el otro puede entender árbol, donde yo digo
amor, el otro puede entender calcetín. Nunca estamos seguros de haber sido
entendidos y mucho menos comprendido.
Querer comunicarse entre
dos amantes es siempre un malentendido, un equívoco, una suerte de moneda
echada al aire, porque en la comunicación se juega el deseo inconsciente.
No he querido escribir más sobre la muerte de las relaciones. No
sé por qué, quizá porque en el fondo uno se muere en cada relación que se
pierde.