ADELANTO DEL LIBRO QUE VENDRÁ


Yo nunca hubiera creído aquello que Piglia dice en El último lector, que los libros en la literatura no funcionan sólo como metáforas sino como articulaciones de la forma, nudos que relacionan los niveles del relato y cumplen en la narración una compleja función constructiva. Así el Malleus, que parecía un libro imaginario, un libro que circulaba entre la fantasía y lo real, entre el miedo y la locura, era eso: “el martillo de las brujas” sólo por lo que de miedo infundía; su sola enunciación ya era como el nombre de un arcano maligno, su sola mención originaba una suerte de doctrina sobre la brujería, goznes que arquitecturaban niveles de maldición, grados de malignidad, una gran función de horror y espanto. Ahí, en esa trama de maldad todos podían sentirse llamados y nombrados por él, nada exculpaba a quien fuera mencionado en medio del asombro sarcástico de aquellos terribles “dominicos” inventores del libro más maligno con el que se capturaba a un ser humano.
Luego pude leer el Malleus, luego pude ser ese lector criminal que lee el texto para hacer un uso desviado de él, hacerme un hermeneuta que quería descifrar toda lectura malvada, rencorosa para hacer un uso pérfido de la letra. Porque el Malleus era lectura enemiga, una lectura que sólo provocaba el desplazamiento de venganzas ancestrales.
Quizá lo que deberíamos de hacer ante este libro maligno es leerlo como una trampa, una maquinación sombría de una secta oscura, una secta que ocultaba un secreto inicial con el que se dibujaba sólo una superficie blanca por donde se podían deslizar las conciencias nunca inocentes. El libro es esa metáfora de la negación de la ignorancia, más bien, es la afirmación de un saber que delata el subterfugio de la mentira, de lo velado, de lo que se dejó de decir, y que ahora se enuncia como un grito ahogado. El Malleus Maleficarum es un martillo con el que se golpea, se rompe, se provoca el dolor y el llanto, es la manifestación de la creencia en juego. Con la lectura del Malleus no podemos más que repetir la historia de Don Quijote: realizar en la realidad aquello que se lee. Leemos la repetición, lo que vuelve, el retorno de lo reprimido, el dolor acallado, la muerte blanca, quizá, como dice el maravilloso Piglia: “Habría que hacer una historia de la lectura como venganza”.

3 comentarios:

Alfredo R. I. dijo...

Justamente. De hecho, la construcción de un manual inquisitorial (te recomiendo eches un ojo al de Eimeric) juega con los distintos espacios de la apropiación, de la acción entresacada de lo abstracto y puesta en juego con base en un saber que ha circulado por sí, para sí, o a pesar de sí. Tal es, además, la tónica de los confesionarios, de los interrogatorios, incluso me atrevería a decir que es la tónica que juega en el DSM-IV, donde se abren los terrenos de lo posible ante el saber develado, es el yo que se da cuenta de que ha sido atrapado por una palabra que no es la suya, que no se le dirige, pero que lo ha cogido en falta, en el espacio reservado a un otro irreductible.

Vaya, pero cómo he disfrutado esta entrada, y a cuántas cosas me ha llevado. Mil gracias por darla a la publicidad.

Un abrazo.

Daniel G.G. dijo...

Me suena, me suena... jeje

Anónimo dijo...

Chidísimoooooo, como escribes