Nací hace ya bastante tiempo (uffff, aún no me acostumbro a la vejez y ya soy viejo desde hace mucho), en el hospital Colonia, un hospital creado en tiempos de bonanza en México, específicamente para trabajadores de los Ferrocarriles Nacionales, cuando éstos existían. Luego, lo que vino fue su desaparición, primero por el abandono y la poca visión del gobierno y, segundo, por las mafias de los transportistas que cerraron las posibilidades a un mayor desarrollo a los Ferrocarriles.
No, mejor de otro modo: Nací, según mi almanaque, un año que
comenzó en sábado. El sábado es el sexto día de la semana civil y el séptimo de
la semana religiosa en la mayoría de las tradiciones cristianas. Sábado
proviene del latín bíblico sabbătum,
del griego sábbaton, del hebreo šabbāt, y todos estos conceptos vienen a
significar “reposo”, “día de reposo”, que es ni más ni menos que shâbath, o sea, “cesar (de trabajar)”,
“descansar”, “guardar el sábado”. Los acadios le decía a este término šabattum que nunca fue otra cosa más que
“descanso”. Desde tiempos inmemoriales el sábado fue, en realidad, el séptimo
día de la semana. Y no fue sino hasta que Constantino I el Grande decretó que
el domingo (el día del Sol) se considerara como séptimo y principal día de la
semana, en reemplazo del sábado (“día de reposo”).
Me gustaba que el sábado fuera el último día de la semana, me
imaginaba que Dios había descansado ese día después de la creación, aunque en
realidad me gustaba más la teoría del Big Bang. Prefería a pesar de todo
saberme nacido justo un día en el que Dios se había echado a dormir, a
descansar, quizá eso es lo que marcó mi destino, una suerte de descanso eterno,
porque ahora que lo pienso esto de dormir tantas horas al día debe ser motivado
por Dios, por su descanso, finalmente ¿qué soy yo frente a él? Podría
rebelarme, podría imprecar, podría maldecir todo lo referente a él y a su
maldita creación porque en realidad no encuentro los motivos reales de por qué
creer que esto que vivimos tiene sentido, que tiene una razón de ser…, pero me
estoy adelantando. No, tampoco me gusta, es demasiado, cómo decirlo, ¿sofisticado?
No, creo que es mi pleito con ese Dios que debería de escribir con “d”
minúscula, así de pequeño. Descreo de él, y más bien pienso que estamos
condenados a crear el sentido de nuestra pinche vida aquí y ahora, aunque
siempre me estoy preguntando si esto es posible.
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