DE VUELTA A MÉXICO


De vuelta en México y aunque uno siempre está de vuelta. Me siento muy contento de estar en casa. Siento nostalgia ya por Buenos Aires pero no dejo que la tristeza de no estar más en esta ciudad de tan Buenos Aires, empañe el gusto del recuerdo, de ese abrir y cerrar de ojos con los que pueden aparecer la calle de La Florida, o en la Diagonal, en Córdova, apurando tres tragos de café o una buena copa de vino. Es sólo el juego de la memoria desde donde se construyen esos recuerdos que creamos para siempre. Buenos Aires es una ciudad excepcional, su aire parisino, o europeo, sobre todo por el espacio que crea, el invierno que atraviesa sus calles con vientos que te suben la bufanda y el saco o el abrigo, las personas que cruzan las avenidas y caminan casi por encima de los autos porque ese es su derecho; sus jardines amplios, nutridos de árboles con extrañas formas, de grandes raíces y apartados mediante pequeñas vallas, dedicados a no sé cuantos héroes, o sólo por romper con la traza de la ciudad; sus cafeterías una con más gusto (recuerdo que he estado leyendo a Agamben en "El hombre sin contenido", donde discute justo esto del "gusto") que otra, acogedoras, donde se hace la vida. Casi 4 en cada esquina, éstas ochavadas con lo que permite que el mundo circule sin tenerse que estropear la mirada. Me gustó mucho la calle de Corrientes, pero también Lavalle, donde nació Girondo. Luego me tomé una fotografía en la calle de Maipú, es calle donde toda la literatura argentina parece girar, en la puerta del edificio donde vivió Borges: "En esta casa vivió José Luís Borges, 1899-1986" decía y yo me sentí casi como esperando que se abriera la puerta y saliera Borges, Borges. Nosotros vivimos cerca de estas calles, en San Martín (el héroe) estábamos en el, por decirlo así, centro neurálgico de Buenos Aires. Todo nos quedaba cerca y en un santiamén nos hicimos de la vida bonaerense, como si fuera de ayer de cuando supimos cómo se vive. Caminamos todas las calles y todas la rutas posibles, volvíamos incontablemente a los mismos lugares porque todos los caminos siempre recorrieron las avenidas por donde circula el viento.
Las librerías, eso es otra cosa, ese es otro mundo. Las hay desde pequeñas, muy pequeñas, con un aire decimonónico inglés, a veces atendidas por libreros en serio, es decir, por personas que sabían de lo que uno habla cuando habla de libros y no de latas. Recuerdo que a uno de ellos, era una librería de viejo, le pregunté por "El banquete de los analistas" de Jaques Alain Miller, en el entendido de que yo ya sabía que estaba agotado y que Paidós (por esas secretas razones, que se llaman mercado, no lo ha reeditado y que desde 2004 está fuera de circulación) y me dio santo y seña de todos los avatares del libro, hasta llegar al punto de decirme que sólo tenía alguna reseña de un libro de Miller en una revista pero en inglés. No había nada más que decir. Ese señor sabía de lo que estábamos hablando. Como no soy un furioso coleccionista de primeras ediciones sólo me quedé viendo algunos libros que me impresionaron mucho: Las Meditaciones Metafísicas de Descartes en francés, al parecer una primera edición, por sólo mencionar uno. Las librerías son algo excepcional en Buenos Aires, nunca había visto tantas y tan bellas y todas en una sola ciudad, las recorrimos todas, bueno, es exagerar, casi todas las librerías.
Finalmente nos encontramos con Horacio Potel y Andrea, su mujer. en los quince días que estuvimos sólo los vimos dos veces, pero fue suficiente para saber que hay una corriente de simpatía enorme, que somos amigos, que la filosofía no sólo es un saber sino también, eso siempre: philía.