Adám Buenosaires





Leo a Leopoldo Marechal, Adám Buenosaires, una novela que posee la magia de la premonición, quizá porque ahí descubrimos Rayuela de Cortázar, o descubrimos el linaje, la historia, el proceso de esos vasos comunicantes que a veces tienen las epistemes foucaultianas... Me gusta Marechal, este libro me lo regalaron hace tiempo, no lo leí cuando debí haberlo hecho. Sólo pienso en ese momento cuando me regalaron la novela. Me gusta Marechal, sobre todo cuando recoge aquello que Adán en su explicación del mecanismo de los ángeles cuenta: “toda criatura que ha recibido alguna perfección y debe comunicarla, en cierto modo, a las criaturas inferiores”.
Quizá tenga uno que tener oídos para escuchar como ojos para ver. Esto sólo lo encontramos en la literatura. El horror de la realidad nos hace refugiarnos en la literatura; ella nos salva. Aunque muchas veces es lo contrario, nos mete en un oscuro anillo de tiempo en medio de este desierto que crece y crece. Nietzsche tenía razón, quizá porque su locura era igualmente premonitoria, era un decir desde el afuera...






Recuerdo a Michel Foucault, lo que decía de la episteme, como ese espacio en la que los conocimientos son abordados sin referirse a su valor racional o a su objetividad. Por eso propuso la arqueología como modo de acercamiento a todo eso que es, y eso es una historia de las condiciones históricas de posibilidad del saber mismo. Éstas dependerían de la “experiencia desnuda del orden y de sus modos de ser”. Entre los “códigos fundamentales de una cultura” y las teorías científicas y filosóficas que explican por qué hay un orden, existe para Foucault una “región intermedia” muy anterior a las palabras, a las percepciones y a los gestos que deben traducirla con mayor o menor exactitud [...]; más sólida, más arcaica, menos dudosa, siempre más verdadera que las teorías” y que sitúa, como experiencia del orden, aquellas condiciones de los saberes. Y esto tiene que ver con la desaparición del autor, del que escribe y de quien se siente dueño de la palabra y de los contenidos. Nuestro sueño dogmático se despertaría, como en Kant, si entendiéramos que todo se nos ha dado: la palabra, de otro es la palabra; de otro es ese ser que me es dado mediante el nombre que me ha nombrado, eso que Derrida señalaría como la herencia. Deudores de todo.  Foucault, lo sabía, y por eso escribió en su discurso del College de France: “Más que tomar la palabra, habría preferido verme envuelto por ella y transportado más allá de todo posible inicio”... Me persuado de que la literatura es un discurso que tiene la potencia de envolvernos y llevarnos más allá de todo inicio posible, otro comienzo, una forma otra de ser, la imposibilidad fáustica... Me gusta Marechal