Barcelona, T'estimo. Ciutat senyorial, ciutat comtal

Al final de todo puedo sentir que he llenado un pequeño hueco de mi memoria. Barcelona sigue siendo una ciudad que me enamora, fui feliz y volví a ser feliz; quizá sólo son ideas, pero qué es la vida si no ideas, sólo ideas que conmueven, no pienso que sea otra cosa. Creo que no pude tener mas suerte que haber empezado el reencuentro con esta ciudad, con mi propio pasado que Plaza Cataluña. Apenas si recordaba sus dimensiones, los edificios que la rodeaban, el espacio que definía sus contornos. Muchas cosas nuevas, FNAC, por ejemplo, que fue en sus inicios una librería y que ahora es algo así como un supermercado, qué lugar tan obsceno, es como un monumento al neoliberalismo, al horror, feo como nada. Un horrible edificio que a leguas salta a la vista que nadie cuidó del diseño, de su construcción, de que no rompiera la armonía que hace años guardaba. Lamentable, pero aún así las cosas, Barcelona me llenó los pulmones de esos aires que en mi memoria me han alimentado durante tantos años. Caminé hasta la calle de Muntaner. Caminé por la Universidad, por ese viejo edificio que apenas cuenta sus historias. Caminé por el Ensanche, con sus calles, muchas calles, con sus esquinas cortadas, formando pentágonos entre las vías como si fueran conjuros mágicos, cifrados para alcanzar voces de otros tiempos; sus edificios de cuño antiguo, ahhh, cómo me gusta la dignidad que tienen, tanta que me parecía que no había pasado el tiempo, que de pronto regresaría a mi casa en Paseo de Gracia, al 91, en el piso 7 y que Don Jaume, el portero me recibiría y me daría las buenas tardes. No, no fue así, no podía ser así a excepción de que yo fingiera una otra historia. Pero no, si bien los edificios parecen no haber cambiado es absurdo pensar que el tiempo no pasa en vano. No recordé la calle donde vivió mi maestro en México: Eduardo Nicol, ese catalán que me abrió el mundo de la filosofía. No importó nada. Recuerdo que alguna vez Nicol me dio la dirección de su casa, de donde había vivido los últimos años cuando le pilló la guerra, esa estúpida guerra; recuerdo que fui y vi la puerta de su edificio, el tiempo posado en ella; recuerdo su escalera, recuerdo algo que ahora no podría volver a encontrar, pero sí, era por ese rumbo del Ensanche. En ese instante detesté la inaudita vulgaridad del turismo que sale a las calles a quererse robar lo imposible, ese turismo que apenas sabe que el mundo no se reduce a lo que las compañías dicen lo que tiene que ver, ese turismo que ve lo que tiene que ver y ve sin mirar: fue el asombro de lo inconmovible. Me bebía las puertas de los edificios, las baldosas, cada esquina cortada; caminé por todos los señalamientos que indican cómo cruzar las calles, y sentía que sí, que mi ser estaba ahí, que había estado ahí, que mi cuerpo reconocía esas aceras y sentía el viejo humus acumulado por los años. Nunca tuve esta sensación, nunca antes había sentido la presión del recuerdo que se me agolpaba en mi cerebro. Llegué al hotel y luego de dejar la maleta me puse en marcha, había que ver lo que mi memoria me mentía. La calle de Diagonal me fue llevando de la mano por esa arquitectura abierta y llena de complejidades, un eclecticismo que me encantó. No sé si es una gran arquitectura, pero me gustó, quizá es lo familiar, ese gusto por lo que reconoce la propia memoria. Llegué a Paseo de Gracia. No recuerdo el obelisco, ni por asomo. Me fui directo al 91 donde fui tan feliz. Era otro edificio, eran otras puertas, era otro el recuerdo. Subí al 7 piso y apenas si recordé las puertas, en el séptimo piso sólo había una puerta. Nada que me recordara. No supe en qué lugar viví. Salí del lugar y me quedé viendo La Pedrera o la casa Milà. Ni subir, ni acercarse, la contaminación turística era muy alucinante. Se me salieron las lágrimas porque en los recuerdos siempre perdemos algo, suma y resta, más resta que suma. No sé cuánto caminé: Santa María del Mar, el barrio gótico, el mercado de la Boquería, el Macba, la recuperación del rincón de las putas, La Universidad apretada ahí entre los barrios recuperados. Y luego La Sagrada Familia y la caminata hasta la ciudad olímpica y al final de ella: el mar: Tessala!!! Barcelona es mi ciudad, la amo con profundo cuidado, ahí fui feliz y hoy me vulve a dar esa felicidad. El paseo marítimo, El Colón apuntando a las Américas, y las Ramblas embrutecidas de atropellados turistas. Me asfixiaba pero siempre el mar abrazando mi cuerpo, mis recuerdos, mi memoria. Ahí nació mi hijo. Barcelona con bigotes, Barcelona con Picasso, Barcelona con Gaudí, y su Passeig de Gràcia..., No sé si te volveré a ver, pero mi corazón está contigo

Barcelona de mis recuerdos, Tirant Lo Blanc

Mañana salgo para Barcelona. Hacía tanto tiempo que no regresaba... No parece que fue ayer, no. De hecho ha pasado mucho tiempo desde la última vez. No se trata de cerrar ciclos porque yo, al menos no tengo ciclos sino de hacer valer la memoria, esa que nos da la identidad de lo que somos y por qué lo somos. Recuerdo que fui muy feliz viviendo en Paseo de Gracia. Recuerdo también que saliendo de casa lo primero que veía en la calle era La Pedrera y luego caminaba por las baldosas azules de Paseo de Gracia. A veces me sentaba en sus bancas y veía pasar a la gente sólo por el gusto de ver cómo iban vestidos, las medias conversaciones que escuchaba, los gritos de la gente, porque eso es cierto, el español, el catalán, hablan muy alto. Me gustaba mi casa en Barcelona, me gustaba mi vida en esa ciudad que estaba alimentada por la recuperación de sus historia, de sus tradiciones, pero sobre todo de su lengua. Recuerdo que también vi por primera vez editada en catalán o, perdón, en valenciano la novela Tirant Lo Blanc. Me asombró esa fuerza de vida de los catalanes, de los valencianos, empujar para adelante, afirmarse como un país con lengua, historia, literatura, sangre, nada más emocionante que esto. Sin duda, Tirant Lo Blanc es uno de los libros más importantes de la literatura universal. Fue la primera novela caballeresca que se imprimió y de hecho, como dicen en internet, fue anterior a la novela de caballerías Amadís de Gaula. Una novela de finales del siglo XV, escrita en valenciano por Joanot Martorell. La novela nos cuenta los amores y las mil y una vicisitudes del caballero que protagoniza toda la novela, Tirant es un caballero y como tal participa en competiciones caballerescas en Inglaterra y prosigue sus aventuras en Francia y termina llegando a salvar al Imperio Bizantino frente a los turcos otomanos. La historia es triste, no cuento el final para invitarlos a leerla, supongo que habrá en español para los que no leen valenciano.
Ahí conocí a muchos queridos amigos que me enseñaron muchas cosas. Conocí a Eugenio Trías en un momento en el que escribía Filosofía del futuro y conversé muchas tardes en la cafetería de la Universidad. A Victoria Camps, extraordinaria mujer, inteligente, sensata que apostaba por la ética, a Rupert de Ventós aunque ya era eurodiputado. Ahí nació mi primer hijo: Esteban, como el santo patrono de Barcelona, ahí conocí también la villanía de personajes grises. Pero más que nada, conocí la belleza de un mundo que desapareció. Mañana, un día de encuentros

La Biblioteca Nacional de España y Josep Renau

Ayer fuimos a la Biblioteca Nacional de Madrid a trabajar. Me emociona tanto este lugar. 300 años de estar en funcionamiento y con libros que apenas si tenemos idea de que existen. Todo está automatizado, las búsquedas son con enormes grúas modernísimas salvo las buenas señoras que reciben nuestras solicitudes de libros y más libros. No acabo de entender por qué nunca pierden el buen tono, la bonhomía con la que tratan a todos los usuarios me sorprende. Me he equivocado y vienen a mi lugar, que previamente me han asignado, y me dicen lo que he hecho mal y ellas lo corrigen. Ya nos conocen todos con los que tenemos que ver, no creo que sepan nuestros nombres pero saben ver nuestras caras, han aprendido nuestras facciones de tanto que venimos y venimos. Pero el lugar, es escandalosamente hermoso. Tiene un techo abovedado con un claro en medio por donde uno sabe del clima afuera. Asimismo unas nervaduras simuladas que cruzan la bóveda, es,según escuché el otro día un edificio típico del siglo 19. De estilo neoclásico y planta rectangular, su construcción, lo he leído, comenzó en 1866 y concluyó en 1892, coincidiendo con el IV centenario del Descubrimiento de América. Acérquese hasta esta monumental biblioteca, que destaca por su amplia escalinata exterior y su fachada principal, con un pórtico de estilo corintio, de frontón rectangular rematado por unas esculturas del artista Agustín Querol que representan el Triunfo de las Letras, las Ciencias y las Artes.
Realmente es bellísimo el lugar. Me sorprende su arquitectura pero al mismo tiempo la historia que tiene detrás y que no sale en Wikipedia es que también, como el Prado, fue bombardeado en la guerra civil. Afortunadamente los cientos de miles de libros ya habían sido evacuados como lo hicieron con las obras de arte de El Prado. No sé a quién se le deba esta operación salvífica, pero es encomiable que en medio de las guerras que tanto destruyen existan personas que expongan todo lo que son por el patrimonio, por la memoria de un pueblo. En el caso de El Prado, sé por mi mujer, que fue gracias a Josep Renau que las obras de arte de El Prado se salvaron, y fue por su intercesión que se pintó El Guernica que se expuso por primera vez en la Feria Internacional de 1937, dos años antes de la caída de la República española, sin hombres como él el mundo sería inhabitable

Un Maratón en Madrid

El domingo fue un día excepcional. Salí de casa temprano y a los 15 pasos de donde vivimos mi mujer y yo se encontraban miles de personas corriendo. Un mar de gente, literalmente. Nunca había tenido tan cerca a estos cientos de miles de maratonistas. Iban de distintas formas, unos corrían con paso que a leguas se les notaba la experiencia que tienen en estos actos multitudinarios. Otros, jadeantes, casi exaustos se les veía agotados, con paso ya cansino pero aún con el ímpetu de saberse visto. Saberse visto, aquello que los griegos llamaban la cultura de la vergüenza. Eso sí que los hacía sacar fuerza de la flaqueza. No sé cuánto llevaban ya corriendo, eran 42 kilómetros los que se estaban jugando. Lo sé porque se lo pregunté a una persona que estaba ahí viendo pasar el contingente. "Los africanos son los que llevaban la delantera", me dijo. Nos reímos mi mujer y yo. Lo que me hace contar esto no es la carrera en sí pues cualquier cronista de deportes lo diría mejor que yo, sin duda, sino esa parte humana que tiene este fenómeno: ahí corrían miles, 14 mil para ser exactos, pero los otros miles que aplaudían y gritaban a los que corrían era la parte más bella de todo esto. Ví cuando unos maratonistas salieron de la carrera y se dedicaron a gritarles a los demás: "Eres grande, "vamos", "vamos", "allá adelante nos están esperando"; pero lo más hermoso fue cuando uno de los corredores se detuvo, dio dos pasos para atrás, levantó a una mujer en volandas, y le dio un beso: era su esposa que lo animaba con gritos casi enloquecidos, todos de amor: Manolo, tú puedes, Manolo anda, Manolo eres grande; él siguió con una sonrisa y ella sólo se volteó a su compañera y llevándose las manos al pecho sólo dijo llorando: "qué emoción"!!! Apenas fue audible lo que dijo porque los cientos de personas que veían a los corredores aplaudían descaradamente, vivificaban a todos los maratonistas, como si en su fuero interno supieran en esa enorme complicidad que se otorgan las masas que esos aplausos y esos gritos, pero sobre, todo, esas miradas exaltaban el corazón de todos los que participamos de una u otra manera en esta fiesta.

Idalia, el Guernica y la Biblioteca Nacional de España

Creí que podría abandonar lentamente este blog, que finalmente las cosas que se escriben no son importantes y que nadie las lee, que nadie está al tanto de lo que uno va dejando como estela. Con los días me he dado cuenta de que es falso, que hay mucho más personas que en medio de tanto ruido y tantas palabras buscan algo, un detonante, una voz, una mirada que sea de apoyo, de complicidad, de ánimo. Soy particularmente pesimista, no tengo un buen humor sino que soy sarcástico y ácido, esto lo digo porque me he dado cuenta de que es mucho más fácil ser así que proporcionar alegría. Es exactamente igual que cuando en el teatro podemos llorar y sufrir, es muy fácil, todos somos heridos de guerra, sobrevivientes de nuestras propias vidas y en esto no se encuentra ninguna heroicidad, lo somos porque habitamos un mundo en donde todo está conformado para ello: vamos, venimos, queremos, deseamos, anhelamos triunfar, sobreponernos a la sordidez de la vida, etc., etc., todo es lo mismo, pero hacer reír, o dar algo de nosotros mismos, una pequeña luz en el camino es quizá lo más difícil. Quiero decir que me propongo escribir algo que nos de alegría y festeje el milagro de la vida. Hoy es el cumpleaños de mi mujer. Ella se levantó de la cama y cuando volvió yo la recibí cantándole las "mañanitas", una canción muy mexicana que siempre se canta en los onomásticos. Desayunamos conversando sobre el Guernica de Picasso, sobre un libro que ella leyó ayer mismo de Antonio Saura, Contra el Guernica. Lo empecé a leer ayer mismo aunque no lo acabé. Es realmente delicioso, enormemente crítico acerca del "mito" Guernica, de lo absurdo del cuadro que muestra sólo una obra de arte y oculta el drama en el mismo mito de por qué fue pintado. Lo maravilloso es que uno ríe del libelo, del buen humor, de la acidez de Saura. Quizá lo más importante sea que a pesar de que Saura escribió este libro de aforismos en contra del mito hipertrófico del Guernica, en 1981, hoy, al voltear hacia el Reina Sofía, podemos ver que vivimos la mismas escalada de miseria alrededor del arte, que los marchands y no los historiadores, son los que han hecho de este cuadro un vacío, un ariete, una sepultura, una mercancía y un monumento.Sin duda, como en la filosofía, que se debería de escribir un libelo de odio en contra de los adoradores de Nietzsche, de la víctima Nietzsche, Saura ha querido salvar al Guernica de su propio mito y de sus fanáticos. Idalia goza del libro porque ella misma desprecia esa atmósfera de horror que abarca el propio Guernica.
Les dejo el link del blog de Idalia para que vean su propia crítica hacia todo aquello que no dice nada y que sólo oculta, deforma, desvanece la significación de aquello originario que queda lentamente en el olvido Hoy quisimos venir a la Biblioteca Nacional de España a continuar con lo que hacemos todos los días. Leer. Idalia festeja así un cumpleaños fuera de nuestro país, en un lugar que amamos, que es bellísimo, con una gran historia. ¿Qué más se puede pedir a la vida que hacer lo que uno quiere?